martes, 3 de mayo de 2011

Tarde de abril. Noche de mayo

Tarde fresca de abril, de luz azul con gotas en el aire. Las calas se alzan con la arrogancia y la inocencia de la juventud, y, como adolescentes, intentan esconder, sin demasiado cuidado, el ponzoñoso amarillo entre sus puras, blancas envolturas. Copa de veneno carnal. Sin embargo, la tranquilidad es absoluta.
Intenta leer un libro mientras sus ojos se escapan de las páginas y se dirigen al jardín interior, visión más apropiada para esparcirse pensando en ... 
La suave llovizna golpea el tragaluz en una melodía monocorde a juego con el repiqueteo grave y sordo de las grandes hojas en los lebrillos a la intemperie.






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Aunque el aire es perfumado, impregnado de flores que despiertan al anochecer, y la brisa es fresca y, a veces, incluso, tibia, el corazón está apretado, cálido por la sangre que bombea acongojada por miedo a que le llegue el frío que teme y adivina.
El recuerdo del dolor ya no puede provocar más dolor que la primera vez, y, sin embargo, petrifica. Miedo a hacer un paso en falso.
Como una estatua quieta y callada espera que los acontecimientos desacrediten su intuición y, con un suspiro alegre, vea pasar por delante los peligros deshechos, como la ola brava que pierde su fuerza y muere en la arena de la playa.

2 comentarios:

  1. Sin el miedo, no hay valientes. Muchos besotes

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  2. La belleza de la naturaleza es capaz de reconfortar al espíritu tembloroso.

    Saludos

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