La superficie del agua estaba serena. Quieta. En calma. Era como algo sagrado y antes de tocarla vaciló por miedo a corromperla. ¡Ay, pero es tan grande la atracción que uno siente al verla! Se imagina suave, y en cambio sería difícil afirmarlo, pues se amolda a los dedos, abraza las yemas, las besa, las moja y se deja vencer para que podamos notar su resistencia, ahora domable, ahora salvaje. Callada y ruidosa. Salpica contenta. Se esfuma el misterio y aparece la vida. Era eso lo que tanto le atraía.
Jugó con los dedos sobre la superficie de aquella balsa limpísima en la que el agua entraba y salía renovándose siempre, llevándose el calor de la piel y dejando la huella de su humedad en la mano.
Trazaba eses como si esperase que la magia surgiese y tras el cristal apareciese una imagen reveladora. Nunca pasó, pero la magia sí estaba allí, por eso repetía aquel ritual.
El primer contacto siempre tan suave. Luego el reconocimiento, eran viejos amigos. Por último la inmersión. Separaba los dedos y los introducía poco a poco desde las yemas hasta que por fin la piel se juntaba. En ese preciso momento terminaba la magia. Una cierta violencia al notar el dorso de la mano mojado, pero nunca paró ahí el movimiento. Si alguna vez lo hizo en el pasado, la acción había quedado inacabada y no se podía reemprender. El contacto primero que robaba el calor y que fundía la piel con el líquido no se repetiría ese día, ni quizás esa semana. Debía pasar un tiempo. Así el reencuentro y la visión de aquella superficie devolvería la nostalgia por ese tacto, de vida y de fuerza, frescura que alivia la sed, naturaleza libre, la energía fluyendo hasta la piel y de ahí al pecho. Tocar e inspirar profundamente. Liberar el peso del aire cansado. Reencontrarse. Lágrimas de alivio de la garganta a los ojos, cerrarlos, abrirlos y sonreir. Ésas eran sus tardes de verano. Luego nadaba un rato, el frescor del agua tensaba sus músculos y tersaba su piel, que calmaban en seguida los rayos del sol de la tarde cuando, feliz tras el encuentro, salía a secarse.