Escribe una y otra vez la misma historia con distintas escenas, distintas "historias", diferentes personajes, pero siempre es la misma. No desea ser escritor, desea ser comprendido. Siente miedo, soledad. Vejez, niñez. No sabría definirse y en cambio no trata de hacer otra cosa.
Nadie tiene claro lo que es. Él tampoco lo podría poner en palabras. Es como Casandra, que tenía un don, pero nadie la creía. Alegría y dolor. De saberse conocedor y que nadie lo conozca. Una eterna pugna de la que no ve el final. Piensa que no existe... no existe el momento en el que alguien traspase su mirada y ahonde en su ser. Él mira, excava en los ojos de los demás. Entra y sale... Y nadie es capaz de hablar su idioma. De mandar esa energía de mente a mente. Aunque...
Sí, hubo una vez que... Fué magnífica esa vez. Se comunicaron durante días con miradas: "te entiendo", "tienes mi apoyo", "estoy contigo", "¿estás bien?", "sí contigo". Así se hablaban ellos. Por poco lo confunden con el amor. Pero era amistad. ¡Y qué amistad! Habían decidido prescindir de las palabras. Él la veía a ella y no lograba entender qué hacía. Se movía de un lado para otro, hablando con unos, riendo con otros, pero no era feliz. Él lo veía. Intentó ayudarla una vez pero ella se comportó como todos los mortales. No estaba a su altura, cegada junto al ciego. Pero esto él no lo pensó. Fue ella quien lo descubrió después.
El inicio
Por esa cualidad de él de ver "más allá" fue que al principio la niña empezó a fijarse en él: su forma de hablar, no hablaba de presentes ni futuros, no imponía nada, no era un adorador del pasado, no. Él hablaba en tiempos infinitos, universales. Él era a la vez pasado, presente y futuro. Su luz salía de su mirada y estaba destinada a iluminar toda la Tierra. Él era luz y ella era calor.
Ella le tendió su mano y él se asustó. En aquél entonces eran todavía desconocidos, jajajaja, fue el principio. ¡Qué jóvenes eran! El corazón de ella se enfrió sangrante por la herida que él en un descuido le había causado: tan grandes eran ya sus espectativas, pues lo había visto avanzar entre los demás y su alegría, su sencillez y sus deslumbrantes pasos decían de él que era diferente. Había posado en ese ser sus esperanzas.
La segunda vez fue al revés. Los ojos de ella no lograban ver el brillo en nadie más y con la herida todavía a medio curar no se atrevía a dirigirle la palabra a aquél ser que la complementaba, a aquella estrella que caminaba entre los hombres con la inocencia de un niño y con la sabiduría de un viejo. Él la miraba. No entendía a aquella niña. No sabía por qué jugaba sola, por qué lo miraba de ese modo. Deseaba estar con ella, sentía ganas de ayudar a todo el mundo. Ella parecía triste y él no soportaba que existiese la tristeza. Se quedó mirándola. "Qué extraña. ¡Pero es tan parecida a mí! Antes, cuando la miraba ni se dio cuenta. No pude concentrarme hasta que me fui, pero ella entonces cambió la cara. Espero que no esté molesta conmigo" ¡Él pensaba eso, aquella estrella terrestre que no sabía de su propia existencia! Se sintió mal. Qué rara aquella sensación. Él no había querido hacer nunca daño a nadie y sabía que no estaba en su naturaleza causar dolor, pero sí curarlo. La observó y valoró las posibilidades. No quería que la malinterpretase al ofrecerle su ayuda y se sintiese aún más débil. Decidió poner entonces su mejor sonrisa, abrió sus ojos y abarcó con su mirada el lugar donde ella estaba. Creó un espacio de luz para ellos dos y...
Fue entonces, cuando las lágrimas estaban a punto de ahogar la garganta de la niña, cuando la estrella la llamó por su nombre. ¡Qué sobresalto en el corazón de ella! Se riñó a sí misma por haber aguardado tantas esperanzas dentro de sí y haberlas ocultado por tanto tiempo a su razón. Jajajaja. ¡Pero qué deliciosa felicidad al encontrarse sus sonrisas! Ella se detuvo por un momento cuando aquel ser luminoso la invitó a sentarse junto a ella. No podía creer que alguien brillase tanto. ¿Y los demás? ¿Estaban ciegos? No se creía digna de poder estar ante un dios y que nadie viniese a arrebatarle el puesto. Se hubiese apartado, sin duda si así hubiese sido. Pero no. Nadie fue a detener aquel milagro. Él bañó con su luz cada palabra que le tendió a ella y ella fue tomándolas con delicadeza una a una con sus manos, tan pequeñas que parecía que no podrían retener toda aquella sabiduría. Y sin embargo él la había llamado. Él había visto su pena y había decidido que aquella oscuridad era sólo el envoltorio de otra luz que estaba por nacer. Una pequeña semilla que él iría alimentando con sus palabras para que el día que la luz de sus ojos se extinguiese, fuesen los de ella los que mantuviesen la llama viva.
Y así fue como pasaron días y días... o quizás sólo fuesen horas. Pero, ¿qué importa eso si hablaban en tiempo cósmico? Hablaban y las palabras alcanzaban mayor celeridad, eran un torbellino de ideas, de miradas, de sonrisas, de respiraciones para poder hablar y hablar... Nadie podía soportar aquellas ráfagas luminosas. Los que intentaban acercarse se sentían lanzados al vacío, salían despedidos ante aquél meteorito que avanzaba rápido y fulgurante. Entonces, la roca incandescente se detenía unos segundos para dar vida a aquellas víctimas accidentales que se atravesaban en la trayectoria. Les invitaban a subir a lomos suyos pero en el momento en el que volvían a alcanzar velocidad, volvían a salir despedidos y se perdían en la estela de aquel astro que avanzaba con una rapidez sin límites. Eran uno solo, en un abrazo de palabras que crecía y aumentaba, daba más calor y más luz, brillaba,
se hacía más grande aquella esfera de magma para seguir dando más y más calor y eso le daba más fuerza, más energía y más resplandor
.
Despegados de la superficie terrestre, levitaban unidos en un solo ente luminoso y puro de energía intemporal cuando fueron arrojados al suelo. Él fue a parar a un rincón oscuro, sin entender nada, sólo despojado de su mitad. Ella fue arrastrada por el suelo, insultada y herida. Su corte sangraba mientras intentaba consolar al sacrílego ciego, que detestaba la luz. Ella sintió pena por él y se apartó de la estrella. Quería curar al ciego para que viese también a la estrella, pero no lo consiguió. El ciego se vengaba por el tiempo que ella se había dejado llevar por la luminosidad.
La estrella se fue apagando y ella lloraba por volver a ver aquella luz reveladora.
El final
Algunas veces el ciego la dejaba salir y él, el de la mirada sabia, volvía por unos instantes a centellear. Pero pasó el tiempo y su luz era cada vez más escasa. Por fin, la niña consiguió escapar del calabozo donde había estado retenida y el ciego y su mundo quedaron atrás.
Ahora, siempre que pueden, la estrella y ella se juntan para pasear una vez más por la bóveda celeste con sus palabras y volver, fundidos, a brillar.